21 de Junio de 2011
En un lugar de la Mancha [2], de cuyo nombre no quiero acordarme [3], no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor [4]. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches [5], duelos y quebrantos los sábados [6], lantejas los viernes [7], algún palomino de añadidura los domingos [8], consumían las tres partes de su hacienda [9]. El resto della concluían sayo de velarte [10], calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo [11], y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino [12]. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera [13]. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años [14]. Era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro [15], gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de «Quijada», o «Quesada», que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben, aunque por conjeturas verisímiles [*] se deja entender que se llamaba «Quijana» [*][16]. Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad.
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